El cacao es una estrella.
Tiene ferias internacionales, rankings de origen, denominaciones de lujo.
Es tendencia, es ritual, es marca país.
Pero el mucílago, que nace del mismo fruto, que está literalmente envuelto en la misma cápsula, no tiene ni una línea en el guión principal.
¿Por qué?
La respuesta tiene más que ver con percepción que con sabor.
Con cómo narramos lo que vale, más que con lo que realmente vale.
El mucílago es lo primero que sale del cacao al abrirlo: un líquido espeso, blanco, fragante.
Dulce. Fresco. Intenso.
Pero dura poco. Se oxida rápido.
No tiene forma sólida. No se almacena bien.
Y lo peor: no tiene marketing.
No se ve en las vitrinas.
No tiene un nombre atractivo (más de uno lo confunde con “murciélago”).
Y la industria lo descarta como si fuera residuo.
Eso lo deja fuera del sistema.
Del sistema de consumo, de exportación, de status.
A pesar de ser tan originario como la semilla misma.
Pero pasa algo curioso:
en la historia del consumo, lo que no fue cool ayer, puede serlo mañana.
Kombucha, matcha, aguacate…
Todos estuvieron ahí, esperando.
Todos fueron ancestrales antes de volverse globales.
Entonces, ¿quién decide si algo es valioso?
¿La industria? ¿El empaque? ¿El nombre? ¿Tik tok?
En una época donde el storytelling puede darle la vuelta a una fruta olvidada, las masas pueden transformar el destino de un ingrediente.
Pero tiene que sonar bien.
Verse bien.
Y, sobre todo, saberse contar.
Por eso, HI-BREATHE tuvo esa visión y lo hizo protagonista.
Le dimos forma, intención y un diseño que respira lo que otros desechan.
Para que lo ancestral no sea solo un dato:
Sea un trago que conecta con algo más profundo.